martes, 14 de julio de 2009

MIS HIJOS








Mira que huella, que hastío,
mira estos rostros que hoy miro
y que lanzan un suspiro
desde el lejano vacío.
Mi llanto fue más que un río
cuando yo salí de espalda
para mojarme la falda,
traspasando una frontera
como una fiera pantera
que a sus felinos respalda.

Había que romper cadenas
que nos atan, tradiciones,
traspasar muros, frontones,
de injusticias y de penas.
Llevaba sangre en las venas,
sólo sangre, mucho peso,
para el equipaje grueso
que arrastré por los lugares
que me sirvieron de altares
cuando me faltaba un beso.

!Mis hijos!, grite mil veces
y ellos ya no me escuchaban
sólo en mi alma paseaban
como tiernos feligreses.
!Hay que dolor, que reveces!
!Que golpe nos da emigrar!
tener que dejar tu hogar
por un paisaje distinto
para buscar vino tinto
y tu suerte mitigar.

Ellos no podran calar
jamás este gesto impío
que me confinó al vacío
y en una barca remar.
Nadie puede ni juzgar
si no lo vive de a fondo
es un dolor que no escondo
que brota de poro en piel
marcada por un cincel
sobre el abismo más hondo.





Desde el centro de mi vientre laten;
cada uno a su tiempo.
Sonrientes y llorosos corazones que me abrazan.
Son tres árboles, frondosos y únicos,
que se acurrucan sobre mis sueños.
Me despiertan cantando sobre el lecho.
Con esas mejillas nacaradas,
que danzan ante mis agitados pasos.
Tres rayos celestiales, que descienden
sobre el puerto de mi lánguida primavera.
Caritas que se asoman al ventanal de mi pecho,
dejándome ver la inocencia hecha canción de cuna.
¡Bravo para mis pequeños duendecillos!
Esos que florecieron haciéndome más grande.
Como una fruta madurada, crecida, pretérita, trasnochada,
los que me hablan sin palabras cada día. Exclaman,
-¡ay mi madre!- con pancartas encendidas desde sus ojos.
Esos mis singulares productos;
tiernamente cosechados, desde mis entresijos,
son: las esencias de mis profundidades, los ejes de mi armazón,
y son: los mejores personajes de mi historia.

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