martes, 14 de julio de 2009

MI MADRE

A Mi madre

Cuando mis ojos abrí
al despertar de la vida,
una mujer aguerrida
estaba al lado de mí.
Su belleza, en carmesí,
su corazón, su nobleza,
inundaron la certeza
de aquel corazón pequeño
al acariciar mi sueño
con su plácida riqueza.

Era la madre, que hoy besa
mi frente, sin que su beso,
se quede en el pecho preso
pero llega de sorpresa.
No es la perfecta, que impresa,
quisiera uno tener,
pero puede parecer
extraño que sus rincones
estén llenos de emociones
que nunca llegas a ver.

La madre, es ese querer,
que viaja calles adentro,
desde que estas en el centro
del vientre para nacer.
Suele extraño al parecer,
que una madre no sea buena,
existe, quien es ajena,
pero a pesar del conjuro,
algo ha de tener muy puro
y tú corres por su vena.

La mía si es especial
sólo a Dios se que lo dejo,
pero lleva en su reflejo
algún pasaje crucial.
Su vida, fue al natural,
sé que amó más, que a ella misma,
cerró con broche el carisma
de su tiempo rosa y puro,
detenida en el oscuro,
puente que al dolor abisma.

Pero esta mujer, que a mi
me dio cuerpo, y grata vida,
la respeto convencida
que sufrió, si yo sufrí.
Que aún está cerca de aquí,
arrastrada por sus años,
subiendo cruentos peldaños
con pasos cansados, lentos,
y continua en intentos,
seguir cuidando rebaños.

Tu que puedes ser amigo,
trabajador, ejemplar,
que a tus hijos has de amar,
escucha lo que aquí digo.
Si el tiempo sirve de abrigo
y vives hoy por su honor,
no dejes de dar calor,
o expresar tus sentimientos
porque se van los momentos
del ser que te dió su amor.

Y sin juzgar, sin tacharla,
sin herirla y en silencio,
su figura yo presencio
antes de yo criticarla.
Hay que mirarse, al tocarla,
con el manto del lenguaje.
Hay que ponerse su traje
para comprender su entorno
antes que vaya en retorno
hacia el eterno paisaje.



Es como un estandarte que ondea en mis adentros.
Niña de ternura silvestre;
ajena de culpas ante el dolor de las hambrunas de turno.
Huérfana de padre.
Mariposa frágil, que aprendió a distinguir el color de las flores.
Supo esculpir sesenta estrofas con su enérgica voz
y amar la poesía.
Con su sabor de campo creció en la capital;
donde empuñó el amor, como fusil al hombro.
Amapola desojada e incomprendida;
que se queda sola en el jardín de sus maduros años.
Incansable luciérnaga, que rema en las feroces mareas
para encausar su barca.
Vence los estragos del invierno,
rodeada de sus mejores cosechas.
Esa mujer que llena la estación de mis recuerdos;
con sus loables virtudes,
y se iza en el tiempo,
como la más respetada bandera de mi morada es:
mi madre.

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